Siendo sincera (casi siempre lo soy), este no era el post que pensaba escribir esta semana. A lo mejor ni siquiera debiera escribirlo; a lo mejor os interesa poco; o a lo mejor es un error compartir de una manera tan personal.
No sé si en algún momento he comentado lo que estudiaba. Estoy estudiando Antropología Social y Cultural. La elegí —aunque de primera opción después de selectividad— un poco de rebote. Había leído algún libro de Marvin Harris en mis años de instituto y algo había estudiado de antropología física en filosofía de bachillerato. Me estuve debatiendo mucho a lo largo de 2º de Bachillerato entre dos carreras (ninguna era Antropología) y en el último momento, en vez de escribir el Doble Grado de Filosofía y CCPP como primera opción, puse Antropología. Reconozco que no tenía muy claro de que iba. Por como funcionan las carreras en mi universidad, el primer año no me lo dejó tampoco muy claro. Pero empecé segundo, y me enamoré de lo que yo opino que es la disciplina más bonita del mundo.
Como parte del barrido mental que se hace en la Revisión Semanal, recomiendan hacerte una pregunta: ¿Hay algo que no te puedas sacar de la cabeza? ¿Hay algo que te quite el sueño? Y me di cuenta de que sí. Desde hacía unas semanas, había una palabra que no dejaba de aparecer y no dejaba de generarme ansiedad: Doctorado.
Yo siempre he sido una «ratita de biblioteca», cómo me gusta decir; una enamorada del conocimiento por el conocimiento, del conocimiento «inservible». No me malinterpretéis. La antropología (al igual que otras muchas disciplinas) te aporta herramientas tremendamente útiles y aplicables, tanto a tu vida profesional como a tu vida personal, pero creo que se entiende a lo que me refiero.
No paraba de imaginarme a mí misma cuatro años investigando una tesis inservible en todos los aspectos, excepto el hecho de todo lo que me aportaría a mí y al conocimiento en general. Una vida dedicada a la investigación y a la reproducción de conocimiento, dando clases en la universidad, leyendo todo lo que hay por leer…
Así que decidí capturarlo. Yo, que soy de pasitos pequeños, me puse un proyecto pequeñito: «Tengo información suficiente para poder plantearme el tema del doctorado». Y una siguiente acción pequeñita también: «hablar con una compañera de la carrera y preguntarle sobre el tema».
Esto ha ido desarrollándose a lo largo de esta semana; me he enterado de notas de corte, de parte de la burocracia —y digo parte porque es un proceso kafkiano del que debo conocer un cuarto solamente— y de otras muchas cosas que, ¡sorpresa!, no han calmado ni un poquito mi ansiedad.
No es un secreto que trabajo mientras estudio. Y a veces siento que eso me hace ser mediocre tanto en mi vida de estudiante como en mi vida profesional. Es complicado sentir que no le estás dedicando el tiempo que te gustaría a las cosas que son importantes para ti. Y aún más complicado no saber cómo solucionarlo o qué dejar. Siento que no le dedico el tiempo suficiente a escribir y reescribir, a leer y a releer a pensar y repensar.
Pero todo eso ha terminado convertido en una siguiente acción: «pensar y escribir posibilidades de siguientes pasos lógicos con respecto a mi vida académica y profesional». A lo mejor tengo que replantearme como estoy enfocando mi carrera. A lo mejor tengo menos prisa de la que pensaba. A lo mejor tienen sentido muchas cosas.
El punto al que quiero llegar con esto es que muchas veces tenemos fe en que GTD nos quite la ansiedad y el estrés. El poder decidir si quieres o no quieres hacer algo con cada cosa que aparece en tu cabeza, muchas veces es tan positivo como negativo. Si yo no hubiera usado GTD —por cómo soy— no tendría ahora la ansiedad que tengo, pero probablemente hubiera acabado la carrera con algunas puertas cerradas, y le habría seguido dando vueltas al tema igual. Muchas veces el saber nos aporta intranquilidad, pero la realidad es como es, no como nos gustaría que fuera. Yo podría haber metido este tema en la incubadora, pero no lo hice porque para mí en este momento era un tema relevante, un tema que merecía estar en mis listas.
A lo mejor dentro de dos años (o los que sean) cuando acabe la carrera decido que no quiero ver Antropología ni en pintura, y la idea de querer hacer un doctorado ha desaparecido; pero de momento no es el caso. Gracias a GTD, toda esta realidad que es abrumadora la descubro a poquitos y con tiempo de maniobra. GTD no es milagroso ni hace que la realidad sea distinta, y en este tipo de casos me pregunto a mí misma si hubiera sido más feliz en la ignorancia. Pero después de esta semana, con todo lo que eso conlleva, creo que saber es una necesidad en mi caso (y en el de otras muchas personas), y GTD nos permite «saber a tiempo».
Comparto esta pequeña reflexión, para que se vea que, incluso después de años de uso, es normal replantearse el sistema. Para que veáis que en GTD tiene cabida todos los inputs o temas que queramos meter. Y que, aunque siempre lo pongamos por las nubes, saber y tener control y perspectiva acerca de nuestra vida puede crearnos ansiedad, inseguridad e intranquilidad, pero que —al menos en mi opinión— siempre merece la pena.
6 Comments
Pablo
Me ha gustado mucho el artículo. Aporta una perspectiva que he sentido alguna vez pero que no habia visto escrita por nadie.
GonzaloD
Comparto la opinión de Pablo 🙂
Saludos.
Marta Bolívar
Gracias Gonzalo!
Un abrazo
Marta Bolívar
Gracias Pablo!
Es algo complicado de escribir, me alegro de que el mensaje se haya entendido
Un saludo 🙂
David Sánchez
Bueno Marta, una de los efectos secundarios de GTD es que te das cuenta de que la realidad es mucho más compleja de lo que creías, de que hay miles de opciones y oportunidades.
Esto que se puede percibir como negativo, hay que manejarlo a nuestro favor. Es preferible saber a lo que te enfrentas que meter la cabeza en un agujero en el suelo 😉
A lo mejor te sigo leyendo… 😉
Marta Bolívar
Soy consciente, pero hay veces que saber la realidad de primeras abruma un poco.
Muchas gracias David, por todo :)))
Un abrazo fuerte!